Desde del barro ... (Primer y Último registro). Myriam Ramírez
Primer Registro
Río Ceballos, febrero de 2015.
A mi alrededor el paisaje es gris, ya no hay verde, tampoco otro color. Fumo, otra vez después de tanto tiempo. Sentada en un tronco que el río me trocó por mis sillones. Observo. Somos solo el silencio y yo. La calle donde vivo ya no es la misma calle. Mi casa ya no es mi casa. Y el río ya no se puede nombrar.
Entonces miro mis pies en zapatillas de adolescente que no son mías, ropa, que tampoco es mía, y vuelvo a ver a mi alrededor. Pongo todo en contraste, y es ahí cuando lo entiendo: Yo, ya no soy yo.
Habían pasado un par de días después de la inundación, la oscuridad ya había echado a las almas solidarias que venían diariamente a ayudar con la limpieza. Me quedé sola, y como hacía antes, en las noches "normales", me senté en la puerta un rato.
Todo a mi alrededor, aún en absoluta oscuridad, era caos. Pero, aún así, por primera vez, cesó el ruido, al menos el de mi cabeza. Entonces empecé a escuchar con claridad lo que todavía no había oído. Lo que había pasado no terminaba en mi mirada. Familias enteras habían perdido sus casas, faltaban puentes, calles, árboles...
¡Y lo peor de todo, vidas! ¡Faltaban VIDAS!
Recuerdo que me tapé los ojos y desafiando la anestesia del trauma empecé a llorar. Busqué explicación alguna para tanto espanto. Y no sé en todo lo que pensé... Pero vi la foto clara en un instante: Todo eso que pasó SE PODÍA HABER EVITADO.
Recuerdo que ese golpe de lucidez me dio el impulso para pararme, y sin darme cuenta decir en voz alta: Esto lo van a pagar. Esto no puede volver a pasar.
Ese día, sin que yo lo supiera, empezó mi lucha.
Myriam Ramírez
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Último registro
Río Ceballos, febrero de 2025
Todos los 15F sueño que me ahogo en barro, no importa a dónde esté, no importa si recuerdo la fecha, la memoria de mi cuerpo hace que me vuelva a despertar el ruido de ese río.
Nunca voy a olvidar el rugido de la bravura del agua. Ni cuánto costó volver a dormir cada noche de lluvia.
Paradójicamente, hoy, después de diez años, aún sabiendo que no se hizo nada todavía para evitar otra catástrofe semejante, las noches de lluvia son las únicas que duermo. Tanto, que las deseo.
Porque son las únicas noches que el río no suena, o, mejor dicho, vuelve a sonar como lo que es: agua fluyendo.
Las noches que no llueve, siguiendo la costumbre de sentarme un rato en mi puerta, miro a mi alrededor y sigue siendo triste lo que veo: El río ya no es el río, es una especie de boliche a cielo abierto, lleno de seres de todas las edades, pero más que todo muy jóvenes, atiborrando sus cabezas de alcohol. Mi calle ya no es mi calle, es una pista a donde se corren picadas. Y todo lo que era verde se convirtió en baño público. Entonces el ruido ya no es el del agua. Es la música, las aceleradas, son los gritos, las amenazas y es hasta el grito de los teros defendiendo su territorio.
Y entonces veo mi casa y me doy cuenta de que otra vez mi casa ya no es mi casa.
Y veo temblar mi cuerpo en ataques de pánico y me doy cuenta de que otra vez yo ya no soy yo. Y el ruido en mi cabeza, que ya es mucho más fuerte e injusto que el rugido de la bravura del agua, me hace otra vez pararme en lucha.
Porque otra vez en mi cabeza la foto es clara: ESTO SE PODIA HABER EVITADO.
Y vuelvo a recordar cómo se siente la impotencia de ir contra el poder. Porque te ven, te escuchan, te dicen mirándote a los ojos que ellos también están preocupados y te dan una palmadita mientras te aseguran que lo van a solucionar con estrategias infalibles. Pero pasa un año más y el río sigue sonando igual de horrible y lo único que cambió fue la evidencia de una sociedad, una ciudad y un gobierno que cada vez se degrada más.
Y eso me da más miedo y más tristeza que la posibilidad de otra inundación porque sé que, a la larga, se va llevando más vidas.
Myriam Ramírez
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