"Carta de Jerónimo Luis de Cabrera a De la Sota" (Archivos de Indias), Coco Cabrera
Carta de Jerónimo Luis de Cabrera a De la Sota. (Archivos de Indias)
Yo, Don Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo, militar de la Corona de España, sevillano, explorador, gobernante español del Tucumán en Sudamérica y orgulloso fundador de la hermosa ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía, tengo el honor de dirigirme al excelentísimo Señor Ex Gobernador de Córdoba, Don José Manuel De la Sota con motivo de las graves acusaciones vertidas por él hacia mi persona en oportunidad de las penosas inundaciones de las Sierras Chicas por Febrero del 2015.
En la mencionada y lastimosa ocasión de un dia de Marzo del año 2015 del Señor, Don José Manuel sin acusar un mínimo rubor, se atrevió a responsabilizar de las tragedias ocasionadas por la crecida feroz de los ríos a los fundadores que levantaron las que luego fueron ciudades, a la vera de ríos, arroyos y mares.
Pobres!, Don Fernando de Mendoza Mate de Luna, Juan de Garay, Don Alonso de Vera y Aragón, Don Francisco de Biedma y Narváez, Don Hernando de Lerma, y tantos otros caballeros nobles, compañeros de armas . No merecen ellos ver mancillados sus nombres!.
En efecto, la mayoría de las ciudades del mundo nacieron cerca de un río. ¿Quién hubiera pensado que aquella decisión solo inspirada en la intuición sería hoy motivo de condena? Acaso piensa Don José Manuel De la Sota que lo mejor hubiese sido alejar a los hombres de las aguas limpias, los peces y las tierras fértiles. Pero, quién es este caballero cuyo legajo conozco para esconder sus pocas dotes de gobernante tras un razonamiento infame?
Pato trabaja en una Ferretería
El Pato es Juan. Un muchachón fuerte que se vino flaco y los 63 pirulos apenas le han encorvado su metro ochenta. Tipo bien del pueblo de Villa Allende y es raro verlo reír.
A Juan se le cae un mechón entre rubio y canoso sobre la frente transpirada. Aprieta con fuerza un puñado de tuercas enormes, media pulgada, galvanizadas y su puño cerrado baila en el fondo de un fuentón verde lleno de agua limpia. La presión de sus dedos afloja bajo el agua y ambas manos refriegan una y otra vez las tuercas que estaban llenas de arcilla. Como un monstruo gelatinoso y marrón, la inundación de dos días atrás le dejo un metro de barro en la ferretería. La bestia entro rompiendo la puerta, se metió como un manojo asqueroso de venas que se ramificaron por todo el galpón y vomito un líquido pastoso y chocolatado en cada cajón, en cada mueble, en cada estante, hasta en los resquicios más escondidos de las maquinas expuestas en el piso del local. El negocio se tranformo en una ciénaga en que mágicamente flotaban destornilladores, serruchos y carretillas de colores, Todo siena. Todo pardo. Todo mojado e inmundo y todo muy triste. …Y Juan con ayuda de amigos van dejando una a una cada tuerca, cada tornillo, cada clavo sobre unas lonas secas, pareciera que el brillo de los metales le devuelve parte de la sonrisa. Ayer había sido lo más duro. Pala, carretilla y cuerpos empapados y sucios que se pasaban un mate entre lágrima y puteadas.
A Juan le gustaron siempre los fierros, también la libertad y los sueños de un mundo mas decente. Eso le costo el horror de los milicos, la tortura y 6 años en La Perla. Se vino hace unos años con su mujer a Villa Allende, a curarse, a encontrarse, a reconstruirse y cambió los caños por tuercas, herramientas, alambres, pinceles y escaleras en una linda Ferretería. Juan era porfiado. Tres inundaciones anteriores lo habían arañado feo pero siempre decía: “todo bien, el barro llegó solo a 10 centímetros!!”, el tipo se quería quedar ahí, le gustaba esa esquina tranquila y que “se ve de todos lados”
Juan sigue laburando ahí. No espera nada. Ya fue a 17 reuniones de damnificados y toma un mate sobre el mismo mostrador de roble. Le ceba un mate a su mujer que lo mira suavemente mientras en la radio escucha al gobernador echándole la culpa a los fundadores coloniales de haber levantado ciudades a la vera de arroyos ríos y mares.
Coco Cabrera
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