"Metáforas del diluvio" - Embarrados, Héctor "Pollo" Brondo
Metáforas del diluvio
Embarrados
Lo que la lente no enfoca. La falta de datos certeros, los rumores, el desasosiego. Relato en primera persona sobre la tensión entre lo publicado y lo vivido en medio del barro y el desconcierto.
Todavía tengo barro hasta las pantorrillas.
Y si el ciclo húmedo se estira hasta el invierno –como pronostican los meteorólogos - es probable que se me terminen haciendo carne las botas de goma caña alta que tengo que calzar cada vez que quiero entrar o salir de casa o caminar por el terreno a la intemperie.
Llevo gastado un presupuesto en curitas y alcohol yodado para sanar las ampollas en los tendones de Aquiles y en las plantas de los pies. Y otro más en agua mineral en bidones de seis litros, hipoclorito concentrado y repelente de mosquitos.
Pero más allá de los contratiempos propios de la inclemencia y de los trastornos que aún se suceden por los desvaríos de la atmósfera, no tengo mucho más de que quejarme.
Y no desespero, al contrario. Vivo la engorrosa situación con calma casi zen y sin necesidad de elevar plegarias o iluminar a algún beato milagroso.
Es así, probablemente, porque tengo la ilusión de que más temprano que tarde, las vertientes que brotaron por todas partes y la ciénaga que me tiene cercado desde mediado del verano, desaparezcan hasta nuevo aviso y todo vuelva a ser como era entonces.
Tormenta y tormentos
Han transcurrido dos meses desde el aguacero que se precipitó sin piedad sobre las Sierras Chicas y nos sumió en el dolor a los vecinos de esta comarca que circunda por el norte y el noroeste a la ciudad de Córdoba.
Pesadumbre que desde allí se esparció luego como una mancha funesta por buena parte del territorio provincial.
El aluvión se llevó once vidas humanas, entre ellas la de Evelin, una niña de 5 años que fue sorprendida por la espalda cuando caminaba de la mano de su mamá por una calle de Río Ceballos; a la joven mujer también la arrastró fatalmente la correntada.
Además, sólo en esa franja del departamento Colón, redujo a escombros unas 200 casas y dañó a otras 1.500, según un relevamiento oficial.
Varias organizaciones no gubernamentales coinciden en que los técnicos a cargo de esas tareas se quedaron cortos en las anotaciones o, en el apuro, pasaron sin ver algunas ruinas.
La tromba impetuosa también destruyó puentes y redes de agua potable, anegó escuelas y pequeños sembradíos, volteó postes y cortó cables de la infraestructura eléctrica y telefónica, y agrietó el pavimento de rutas y enlaces entre pueblos.
Muchos quedamos incomunicados casi por completo y a la buena de dios.
Igualmente, socavó travesías de tierra o enripiadas y dejó intransitable –una vez más- al Camino del Cuadrado, traza vial que debe llevar tanto dinero público gastado en reparaciones y tareas de acondicionamiento como el que se invirtió en pavimentar, de manera apresurada, sus poco más de 30 kilómetros de extensión.
Eso, pese a haber sido inaugurado hace menos de cuatro años.
El tsunami que bajó del cielo por tobogán
Sin perder tiempo en delicadezas ni reparos, el gobernador en campaña le pegó de punta: “Un tsunami nos cayó del cielo”, le dijo sin titubear y en tono consternado a una estridente cordobesa que trabaja en la televisión porteña y que una semana antes le había ponderado al mandatario su gracia para mover los pies y las caderas al ritmo de El Potro y La Mona.
Le explicó que llovieron más de 300 milímetros en 12 horas sobre las Sierras Chicas y que nadie pudo alertar del diluvio porque los aparatos que los observadores utilizan para auscultar el firmamento jamás registraron la formación de semejante tormenta.
El candidato que aún cree en hazañas electorales intentó quitarse definitivamente el sayo echándoles la culpa del desastre a los fundadores de Villa Allende, Unquillo, Río Ceballos, Salsipuedes, El Manzano, Agua de Oro, La Granja, Ascochinga y demás pueblos afectados. Entre otras negligencias, les achacó haber colocado la piedra basal cerca de los cursos de agua.
“¡Una barbaridad, claro!”, sentenció la panelista.
Cosa juzgada.
Sin tanto chamullo pero también con metáforas, integrantes del Equipo de Ordenamiento Territorial del Instituto Superior de Estudios Ambientales de la UNC atribuyeron la desgracia del domingo 15 de febrero al avance descontrolado de la frontera urbana y al desmonte de los bosques nativos, entre otras causas.
Y no lo hicieron con el diario del lunes.
Ya a fines de 2013, en una publicación científica habían alertado sobre los riesgos de deslizamientos e inundaciones en las Sierras Chicas, particularmente en la cuenca de los ríos Ceballos y Saldán.
En el informe advierten que la pérdida de cobertura boscosa en el área (unas 2.500 hectáreas sólo en la última década) reduce el efecto esponja del suelo y convierte a las laderas serranas en una especie de “tobogán” por el que se desliza el agua de lluvia con gran rapidez.
El escurrimiento –apuntan- se ve favorecido por la superficie rocosa de las faldas, las pendientes pronunciadas y el corto recorrido del torrente desde el filo de las cumbres macizas hasta las “manchas” urbanas.
Y en las zonas de baja inclinación –explican- el agua tiende a estancarse.
Mi casa en Las Vertientes de La Granja está enclavada en una zona de transición.
Por eso todavía tengo barro hasta las pantorrillas.
Héctor “Pollo” Brondo, Vertientes de La Granja
Periodista de La Voz del Interior
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